Este mundo es pura ilusión, es maya, como dicen los hindúes. Las causas producen efectos que a su vez producen nuevos efectos, y así hasta el infinito. No hay nada permanente que valga la pena alcanzar, pues siempre habrá algo más allá. En eso está todo el misterio de nuestra vida, en que somos Realidad, relatividad, y somos Verdad. En cuanto a la Realidad en cada instante cambiamos, en cuanto a lo verdad simplemente somos.
Muy bien, pero antes habrá que convencerse que nosotros somos una causa que puede producir incalculables efectos y tenemos la obligación de tomar la dirección de esa causa por toda la vida. No digo de toda la muerte, pues la muerte es solamente un lapso donde esa causa por toda la vida se resume en una nueva causa que cumplirá su función de generar nuevas causas, en condiciones diferentes debido a otras nuevas causas, o participando con esas causas, para producir nuevos efectos y soportar esos efectos, buenos o malos en ese siguiente ciclo de vida.
O sea que nos vamos a encontrar con todos nuestras experiencias resumidas, en nuevas tierras y con elementos favorables y desfavorables, para crecer e influir en nuestro entorno durante ese nuevo ciclo de vida, que adquirirá nuevas experiencias y que finalmente se resumirá para encontrar otras en nuevos ciclos de vida, considerando las experiencias que faltaban de ciclos anteriores y abriéndose a nuevas experiencias. De este modo avanzamos, en grupos de individuos similares a nosotros, nunca exactamente iguales, pero con afinidades o destinos parecidos.
El grupo familiar del que formamos parte, tiene algunos objetivos que son similares, aunque nunca exactamente iguales, a los que nos apoyan en nuestro nuevo proyecto, o lo modifican según sus propias expectativas. Los grupos familiares de que vamos formando parte son importantes en nuestro desarrollo, pero nunca definitivos. Por lo general cambiamos de grupos familiares, según nuestras nuevas tendencias. O sea, que todo se va ajustando a nuestra búsqueda en un fin común.
En realidad formamos parte de la misma Humanidad y su proyecto en común, aunque ocupemos un lugar especial en el proceso. Las experiencias ajenas influyen sobre nosotros, y las nuestras influyen sobre los demás, positiva o negativamente. Así, nos formamos en nuestras familias particulares, que son las familias que se constituyen en cada país, en el conjunto de conjuntos de nuestros proyectos obligados y nos vamos impulsando hacia una Fraternidad Universal, a pesar de nuestros contrasentidos, aun con nuestras personales oposiciones a los ideales, a nosotros nos parecen comunes. Luego, llegamos a un punto álgido donde se acusan más diferencias. En ese punto nos encontramos con nuestras diversas Líneas de desarrollo dentro de la Fraternidad Universal. Esta es una etapa crucial dentro de nuestros proyectos personales, aun cuando sea haciendo valer nuestros esfuerzos, manteniendo el respeto. Esa lucha nos enseña a ser respetuosos con los esfuerzas ajenos, y podemos aprovechar esos evidentes contrasentidos para hacer efectivas nuestras propuestas, sin atribuirles alcances que no podamos demostrar.
Es precisamente en esta lucha donde refirmamos todo el proceso, como si fuera totalmente coherente. Lo importante es que todos queremos ser acertados porque nuestras razones nos parecen ciertas y lo cierto es que son relativas. ¿Somos una opción de la Realidad o una propuesta de vida para toda la Verdad? Ya es tiempo de ir dando una respuesta a nuestro destino. Si somos una simple opción de una Realidad múltiple nunca estaremos satisfechos totalmente. Si somos la respuesta final de la Verdad, nos falta mucho, muchísimo más qué explorar, qué vivir y hacer valer nuestras vivencias. El simple hecho de aceptar que la nuestra es una sucesión de vivencias cada vez más refinadas en búsqueda de una Verdad, en una eterna búsqueda de una Verdad más amplia, en todos los sentidos a nuestra Realidad es, por lo menos, un principio honesto de buena fe. Creer que ya no podemos ser mejores de lo que somos es, por lo demás un síntoma de desesperación. Cierto, es que comenzamos a tomar la Verdad como algo creado por nosotros, en la cual tienen que participar todos los demás como sublimación de nuestro Ego, pero si llegamos a demostrarlo ¿con qué compararíamos la Realidad que estamos viviendo, si ya todo está incluido en la verdad y no queda nada por fuera de ella? Nuestro Ego, en su parte más noble, nos dice que todo está incluido en él, con un poco más de tiempo, pero no hay más. ¿Qué tanto tiempo? La eternidad.
No nos hagamos ilusiones, por grande e impactante que sea la Realidad de quien lo haya dicho. Tal vez él es de esta época, plagada de contrasentidos, pero no el único representante de esta época, donde ya aceptamos a ésta como una época mucho más grande, pues asumimos que es grande porque la aceptamos como una de las infinitas octavas de manifestación de la Realidad que nos ha tocado vivir. ¿Cuál Realidad? La de aquí y ahora; después, es la Verdad que no tiene antes ni después.
Lo que no tiene antes ni después es la Verdad. ¿Con qué lo podemos comparar, si no tiene antecedentes ni precedentes? Con ella misma. Eso es Maya, ¿y el antes y el después?
Comencemos a INICIARNOS. ¿Qué podemos iniciar? En algo que todavía no hemos iniciado. En la Verdad. ¿Cómo? Haciendo caso omiso del antes y el después. ¿Algo nuevo? Algo nuevo tiene forzosamente un antes, cuando no lo había. Así que volvamos a lo de la Realidad y la Verdad.
Tenemos una Realidad donde se va manifestando la Verdad. Tomamos parcialmente, conciencia de nuestra Verdad – digo parcialmente, porque nuestra Realidad, por grande que fuera, no nos puede revelar toda la Verdad – la va revelando poco a poco, sin poderla revelar toda. Entre la Realidad que tenemos y la Verdad que somos, se va produciendo un fenómeno que llamamos la Consciencia, consciencia de la Realidad. O sea que la Conciencia, cuando se asimila cabalmente, es la que nos deja percibir la Verdad parcialmente en nuestra Realidad presente.
De aquí que nuestra Consciencia de la Verdad es siempre incompleta. Pero es la única que nos deja alguna constancia de la Verdad, incompleta, naturalmente. Tantas veces se da este fenómeno que llegamos a confundirla con la Realidad, y pensamos que la Verdad es igual que la Realidad. Es entonces que comenzamos a sentirnos Divinos, a sentir que somos en principio Divinos y que, en conclusión, somos Divinos por naturaleza. Esto no tendría nada de malo, excepto que nos hace sentir más Divinos que los demás y nos crea dificultades.
Es aquí que se hace necesaria la Iniciación en lo Sagrado y en lo Real. En lo que podríamos llamar la diferencia entre lo Divino y lo presente, o sea lo relativo, y lo que es, sin principio y sin fin, lo eterno, lo que no tiene comienzo ni fin, lo que no se puede comparar con nada. Ahí es donde entra en acción la Fe, la religión, la que trata de unir lo relativo con lo verdadero. El resultado, ya lo conocemos.
Tenemos pues, dos grandes campos para desarrollar nuestra conciencia – que en la Realidad son uno sólo – el de la conciencia y el de la Fe. Con la Fe podemos creer lo que se diga que hay que creer para asimilar la Verdad en algo que llamamos Dios; con la conciencia podemos encontrar, pasa a paso, en diferentes Octavas de Manifestación al mismo Dios, respetando todos los incontables aspectos en que se nos manifiesta, siendo lo suficientemente humildes para reconocerlo en todas sus manifestaciones y sin declinar ante nuestra conciencia.
Sat Arhat José Marcelli Noli
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sábado, noviembre 22, 2008
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